Franz Kafka es a Praga lo que la Torre Eiffel es a París: un emblema inseparable. La capital checa no solo fue el escenario de su vida, sino también la atmósfera que impregnó sus relatos. Caminar por sus calles es recorrer un mapa de referencias literarias, con edificios, plazas y cafés que aún parecen guardar ecos de sus pensamientos.
La ruta kafkiana comienza en la Plaza de la Ciudad Vieja, donde una discreta placa recuerda el lugar de su nacimiento. Muy cerca, el famoso Reloj Astronómico marca el paso del tiempo con la misma precisión con la que Kafka diseccionaba la rutina. En contraste, la Cabeza de Kafka de David Černý, una escultura monumental formada por 42 láminas giratorias de acero inoxidable, simboliza las múltiples capas de su personalidad y su obra.
Los cafés históricos son paradas obligadas. En el Louvre, donde también solía ir Albert Einstein, Kafka compartía tertulias intelectuales. En el Café Arco conoció a la periodista Milena Jesenská, su gran amiga y confidente. El Café Slavia, frente al río Moldava, ofrece vistas directas al Puente de Carlos y al Castillo de Praga, un panorama que combina la monumentalidad histórica con la melancolía que tanto le inspiró.
El Castillo guarda uno de los rincones más pintorescos de la ciudad: el Callejón del Oro. Sus pequeñas casas de colores, hoy convertidas en tiendas y talleres, fueron en el pasado refugio de artesanos y artistas. Kafka vivió en una de ellas durante una etapa de intensa creación literaria.
El Museo Kafka, inaugurado en 2005, es una experiencia sensorial que sumerge al visitante en el universo inquietante del autor. Sus salas, cuidadosamente diseñadas con luz tenue, sonidos ambientales y proyecciones, muestran manuscritos, fotografías y cartas, estableciendo un diálogo entre su vida y la ciudad que lo moldeó.

La ruta se completa en el antiguo barrio judío de Josefov, donde la historia de la comunidad hebrea se entrelaza con la de la familia Kafka, y culmina en el Nuevo Cementerio Judío, donde reposan sus restos.
Praga no solo honra a Kafka con monumentos y museos: lo hace permitiendo que su esencia permanezca en cada calle empedrada, en cada fachada austrohúngara y en cada esquina donde realidad y ficción parecen confundirse.
Con información de La Nación
