El turismo oscuro, también conocido como turismo del dolor o tanatoturismo, propone un tipo de viaje muy distinto al de las playas paradisíacas o los hoteles cinco estrellas. Se trata de visitar lugares marcados por la muerte, la tragedia o la violencia, desde campos de concentración hasta zonas de catástrofes naturales o escenarios de asesinatos célebres.
Este fenómeno, que en febrero de 2025 alcanzaba un mercado global de 3,7 mil millones de dólares con proyecciones de superar los 40,2 mil millones en 2033, crece cada año. Aunque la Organización Mundial del Turismo no publica cifras específicas, el aumento de visitantes a sitios como el Memorial del 11-S en Nueva York, el campo de concentración de Auschwitz en Polonia o la zona de Chernóbil en Ucrania confirma su auge. Auschwitz, por ejemplo, recibe unos dos millones de turistas anuales, mientras que Hiroshima y Nagasaki atraen entre seis y ocho millones de visitantes como “ciudades de paz”.

Las motivaciones son diversas: algunos buscan rendir homenaje a las víctimas, otros comprender mejor la historia o vivir experiencias emocionales profundas. El perfil más común es el de adultos con alto poder adquisitivo que prefieren lo experiencial e introspectivo por sobre el turismo masivo. Así, muchos optan por recorrer trincheras en Europa, visitar memoriales de genocidios o adentrarse en barrios antes dominados por capos del narcotráfico en países como Colombia, Italia o México.
El turismo oscuro también incluye lugares asociados con la muerte de figuras famosas: la plaza Dealey en Dallas, donde asesinaron a John F. Kennedy; el edificio Dakota en Nueva York, escenario del crimen de John Lennon; o la plaza Diana en París, en memoria de Lady Di. Otras atracciones clásicas son Alcatraz, las catacumbas de París o las ruinas de Pompeya.
Lejos de banalizar el dolor, esta práctica puede transformarse en una herramienta educativa y de memoria. Si se gestiona de manera ética y respetuosa, el turismo sombrío permite generar ingresos para comunidades afectadas, preservar el patrimonio y promover la conciencia social. La clave está en asumir que estos viajes no son solo experiencias turísticas, sino también un acto de reflexión frente a la historia y sus heridas.
Con información de The Conversation
