En Argentina, los pueblos originarios continúan siendo parte viva del presente: mantienen sus lenguas, tradiciones y saberes ancestrales mientras reivindican su identidad y derechos. En el contexto del 12 de octubre, fecha cargada de significados históricos, se propone mirar el turismo desde una perspectiva crítica y respetuosa, que permita conocer comunidades y territorios indígenas sin convertirlos en simples “atracciones”.
El país cuenta con unas 1.600 comunidades distribuidas en todo el territorio, que eligen sus propias autoridades y conservan redes culturales. El Estado reconoce 34 pueblos indígenas, aunque las comunidades sostienen que existen al menos 38. Este mosaico cultural abre la posibilidad de un turismo alternativo que promueva el encuentro y la comprensión intercultural.
En Misiones, la comunidad Mbya Guaraní Jasy Porã combina turismo cultural y reforestación en la selva Yryapú. Ofrecen recorridos interpretativos, visitas al templo Opy y cantos tradicionales, administrados directamente por la comunidad. En el Noroeste argentino, pueblos Kolla, Quechua y Diaguita participan en proyectos de turismo rural comunitario, donde jóvenes formados como guías locales promueven el turismo sostenible y cultural. En los Valles Calchaquíes, los visitantes pueden participar en talleres de cerámica o cultivo ancestral.
En Jujuy, la comunidad Kolla Caspalá comparte su herencia textil y agrícola a través de una serie documental que difunde su identidad como patrimonio cultural. En Patagonia, comunidades mapuches gestionan turismo en sus propios territorios, combinando caminatas, relatos orales y producción artesanal. En el Gran Chaco, pueblos Qom, Wichí y Pilagá ofrecen experiencias auténticas de turismo rural con apoyo de ONG y organismos estatales.
El turismo indígena enfrenta el reto de equilibrar el respeto cultural con la generación de ingresos justos. Las claves para un turismo responsable incluyen el control comunitario de las actividades, beneficios económicos directos, respeto por los rituales y lo intangible, capacitación de jóvenes anfitriones, reconocimiento de derechos territoriales y la prevención de la mercantilización cultural.
Viajar con conciencia implica contactar comunidades directamente, informarse en fuentes oficiales y comprender que no todas están abiertas al turismo. Así, el viaje se transforma en una experiencia de memoria viva y diálogo entre pasado, presente y futuro.
